Columna de Antonio Díaz-Araujo: Narcisismo colectivo en período electoral
Las redes proporcionan un lugar donde puedo encontrar y reafirmar la visión que más me acomode sobre política, economía, salud, medio ambiente y cualquier teoría conspirativa que me subyugue frente a cualquier tema. Estas plataformas contribuyen, además, a que personalidades narcisistas se multipliquen y profundicen.
Abraham Lincoln dijo: “Puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo, todo el tiempo”.
Esta frase acuñada hace más de un siglo, hoy se ha vuelto más palpable y válida que nunca. La degustación, adopción y adicción de los diferentes sabores del amplio menú de redes sociales en nuestro país es, desde el negocio de las plataformas, un éxito. Desde la perspectiva de los usuarios, la promesa de consumir o crear contenido para un público mundial, de conectarte con tus amigos o seres queridos, en forma gratuita, es atractivo y vuelve dependiente.
Los expertos ya alertan de que vivir “en directo” dispara el narcisismo, viviendo vidas “instagrameables” al ritmo del marketing y la publicidad. Hasta aquí, una película poderosamente atractiva: proveer un servicio, que entrega un bien de uso público, a toda la humanidad en forma gratuita y además “bonita”.
Esto ha estado bajo sospecha por años. Desde hace un tiempo, varios trabajos sobre la parcialidad, adicción y falta de supervisión o control han puesto una nube sobre cada una de las redes sociales. Ejemplos claros han sido desde 2016 la elección de Hillary v/s Trump y también la de Bolsonaro en Brasil. Finalmente, el rol no menor que han tenido en el proceso de vacunación durante la pandemia, alentando fake news e influyendo a que un porcentaje no menor de la población mundial siga sin vacunarse no deja de ser paradójico, en un ring donde la ciencia es alienada y aplastada por un tsunami de noticias, videos o directamente fábricas de contenido falso que recrean el nuevo circo romano.
Las redes proporcionan un lugar donde puedo encontrar y reafirmar la visión que más me acomode sobre política, economía, salud, medio ambiente y cualquier teoría conspirativa que me subyugue frente a cualquier tema.
Estas plataformas contribuyen, además, a que personalidades narcisistas se multipliquen y profundicen: una estructura sin pilares, como son las redes sociales, proyecta en el espejo que constituye la mirada de los otros, pero sin una base psicológica real. Los narcisistas sólo se ven si son vistos, reconocidos y admirados por los otros.
Esto nos lleva rápidamente al título de esta columna, porque estas redes que inventamos hace ya más de 20 años, son el gran reality del “yo”. Como saber si puedo conocer la verdad o me rodeo de gente que “sabe la verdad”, cuando en este viaje de navegación por Facebook, Instagram, Twitter, Tiktok, Linkedin o Snapchat, cada usuario es el director y protagonista de su propio medio de comunicación. El perfil psicológico y las fábricas de contenido son potenciados por algoritmos que hacen micro “targeting”, transformándose en una barrera no menor para determinar si vivo o no dentro de un grupo pequeño polarizado donde tenderé a creer todo lo que vea o oiga, por muy alejado que esté de la realidad. ¿Cómo asumo esta vulnerabilidad, si todo lo que consumo proviene de algoritmos desconocidos, altamente depurados y personalizados? ¿Cómo salgo de esa burbuja?
Los chilenos nos hemos visto enfrentados a una sucesión de eventos que cimientan nuestro aterrizaje en el mundo del narcisismo colectivo y la dificultad de entender, si lo que vive mi círculo cercano es efectivamente una tendencia general o una burbuja. Estallido, plebiscito, violencia como método de cambio social, pandemia, Convención y múltiples elecciones. Pocos países en el mundo llevan el registro de una sucesión de eventos de alto impacto en tan corto período de tiempo.
Los politólogos hablan de dos conceptos cuando abordan la relación entre redes sociales y democracia: “la comunidad imaginada” y “el filtro burbuja”. Benedict Anderson, un destacado politólogo ya fallecido, sostenía que el sentimiento de cohesión que los ciudadanos de las naciones modernas sentían entre sí era artificial y estaba facilitado por los medios.
Pero el término “filtro burbuja” apareció por primera vez en un libro publicado en 2010 por el pionero en la práctica de participación en línea, el norteamericano y activista Eli Pariser, y sirve para caracterizar este fenómeno de las redes sociales: dentro de un filtro burbuja, los individuos sólo reciben el tipo de información que ellos mismos han seleccionado previamente o, y esto es lo peligroso, que terceras partes han decidido que les interesa conocer.
Esta semana tuvimos el último debate presidencial, que transversalmente convocó a una audiencia masiva, con un peak de 47 puntos según Kantor Ibope Media. En forma paralela, el candidato Parisi hizo su propio debate con alrededor de 10.000 seguidores. Semanas antes del plebiscito para la Convención se publicaban encuestas que preveían una batalla acérrima Apruebo/Rechazo y en la elección de convencionales vimos la aparición –que nadie previó–, de un nuevo bloque: la Lista del Pueblo.
Mientras en el mundo real, Meta (el nuevo nombre de Facebook) ya empieza a enfrentar demandas por publicidad engañosa asociada a que sus productos abusan de los usuarios más vulnerables, en Chile no logramos siquiera aprobar la ley Uber que regula el servicio de dicha empresa y muchas más, que llevan años dormidas en el Congreso. El no tener nada de regulación en las redes sociales es un riesgo y ninguna de las candidaturas lo toma en serio, ni menos lo incluye en sus programas de gobierno.
Por último, la gran pregunta para este domingo es cuan cerca o cuan lejos está cada una de nuestras burbujas de la realidad. Y en ese marco, entra otra interrogante más de fondo y peso: ¿cuán influenciado está mi voto? ¿Cuán realmente mío es ese sufragio o cuánto ha sido intervenido? En el contexto de la elección que muchos expertos apuntan como la más importante desde el retorno de la democracia, es fundamental contar con un proceso de introspección y análisis, donde a partir del consumo de información chequeada que nutra un voto informado, seamos capaces de explorar y verificar las propias convicciones para decidir por qué candidato marcar el voto.