Columna: El elefante dentro de la urna: 6 de cada 10 chilenos no votan
Por Antonio Díaz-Araujo, Gerente General de Unholster y fundador de DecideChile.
Apatía, anomia, sopor social… muchos nombres para bautizar el fenómeno de la baja participación electoral. En realidad, poco importa el apodo, los datos reflejan una terrible realidad y el ejemplo más reciente es la segunda vuelta de las elecciones para gobernadores regionales: sólo el 19,6% del padrón electoral a nivel país y 25,7% en la Región Metropolitana acudió a votar.
Récord histórico desde la implementación del voto voluntario en 2021. Hasta ahora, la menor participación a nivel nacional estaba fijada en las municipales de 2016, cuando sólo un 35% de los electores llegó a votar.
Llevamos casi una década analizando y evangelizando sobre elecciones, datos y marketing electoral. Sin embargo, estos resultados nos dejan estupefactos. Si bien tuvimos un plebiscito con resultados claros, con una cierta épica por la alta participación de jóvenes, la elección de constituyentes, alcaldes, concejales y gobernadores volvió a barajar el naipe confirmando que la baja participación es la tónica. Citando a Carlos Peña y llevándolo a este terreno, “abundan los malestares, pero las respuestas escasean”.
Las celebraciones del domingo son sólo un espejismo, porque la única verdad empíricamente comprobable, es que casi todos los chilenos se quedaron en su casa. Las causas de esta baja participación son materia de reflexión para los analistas de datos y una pesadilla para los políticos en campaña que tienen que motivar al electorado de cara a unas primarias, a unas parlamentarias y a unas presidenciales.
¿Entender al electorado con los datos públicamente disponibles es más que nunca imperativo? ¿Lo verán así los partidos políticos? ¿Enfocarán sus esfuerzos en cautivar a las masas no sólo haciendo que adhieran a un proyecto si no que levantándose el día de las elecciones a manifestarlo a través del voto? ¿Las empresas querrán saber si existe preocupación en sus clientes al respecto? ¿Las industrias y gremios se lo plantearan en la mira de la constituyente?
Al menos la Cámara Legislativa parece haberlo leído con crudeza y el despacho al Senado de la reforma al voto obligatorio sería una medida que apunte a tener candidatos realmente validados por un padrón electoral de peso.
Convengamos que, desde la perspectiva del marketing, capturar la atención del votante es clave. Pero volvamos a lo que sucedió el domingo pasado, que la gente se levante a votar por una elección que tiene segunda vuelta (la única después de presidente), en la cual el cargo no está del todo definido –ni entendido–, en cuarentena, con alza en contagios; finales deportivas y un domingo con permiso para movilizarse sin restricciones… la urna no era un panorama precisamente atractivo.
Ni siquiera en el caso de la denominada “madre de todas las batallas” fue la excepción: la Región Metropolitana podría haber convocado con una cierta épica, considerando que los candidatos ofrecían proyectos tan diferentes, posturas antagónicas y el round de la política antigua versus la nueva. Pero no, muchos de los que votaron en primera vuelta no lo hicieron en la segunda. La esperanza de que la batalla de Santiago vendría con igualdad de la primera vuelta, se acabó al segundo cómputo.
Con este panorama y lo que las cifras reflejan, el veredicto es que hoy nos vemos enfrentados a una batalla contra la apatía.
6 de cada 10 chilenos no fueron a votar en la mega elección de mayo, dejando al plebiscito como una anomalía en el aumento de la participación. Más allá de la abstención, no hubo ninguna comuna en la RM en la cual la participación subiera. Ninguna.
Si bien el escenario electoral ha cambiado, de un sistema con inscripción voluntaria y participación obligatoria a otro de inscripción automática a voto voluntario, no se han producido cambios y ya hace décadas que en Chile se aprecia una caída progresiva en la participación electoral. Desde el retorno a la democracia se registra un descenso sostenido: en 1989, las elecciones presidenciales y parlamentarias convocaron a un 86,8% de la población. Dos elecciones más tarde la cifra respondía a un 73,1% y 10 años después, en 2009, a un 59,6%. La caída se hace aún más notoria luego de 2012, baja del 50% y no se recupera. En 2021, la apatía que quedó al desnudo completamente el domingo pasado.
El ‘no estar ni ahí’ que acuñó como frase para el bronce el Chino Ríos en los 90, parece ser el lema del votante joven que prefiere participar en manifestaciones, sumarse a apasionados debates en Twitter pero no concurrir a las urnas. En el caso de la gran clase media, su mirada al parecer apunta a un voto más mercantilista donde una gran mayoría ve este proceso lejano y distante de su vida real.
La respuesta de cómo tratamos de dar vuelta la situación aún no está clara, pero seguir mirando como sube y sube la abstención es algo que debería preocuparnos. A estas alturas del proceso eleccionario de este año, me inquieta más no saber cómo piensan 6 de cada 10 chilenos que no votan, más que el texto de la nueva Carta Magna que debe ser aprobado en un plebiscito de salida.
Lo que es claro, es que esta fórmula de que todo sigue igual, no sirve.