Desde hace unos 15 años la indisciplina parlamentaria se volvió un dolor de cabeza para los distintos gobiernos, y la fragmentación política atizó el fenómeno de los denominados “díscolos”. El año pasado -inicio del periodo 2022-2026 de la Cámara de Diputados- no fue la excepción. Según un análisis de Unholster, casi el 12% de los diputados han votado 30% o más veces en contra de su propia bancada. En la lista hay parlamentarios de la UDI hasta RD, hay más hombres que mujeres y, curiosamente, hay más militantes que independientes.
“Yo voto conforme a mis convicciones, defendiendo ideas, principios y valores: no a órdenes de bancada o de partido”, afirma Camila Flores, diputada de Renovación Nacional. Solo en un 23,27% de los proyectos de ley presentados en la Cámara la parlamentaria ha votado alineada con la mayoría de su bancada.
El dato viene de un análisis que realizó la empresa experta en data science Unholster, con el fin de recopilar información para analizar cuantitativamente el Congreso Nacional. El órgano está a punto de comenzar un nuevo año legislativo, y entran varias dudas entre las fuerzas políticas de si el gobierno logrará ordenar sus filas.
Con esto en mente, en Unholster procesaron las primeras 733 votaciones de los 155 diputados y diputadas en proyectos de ley para responder una pregunta simple: ¿Qué tan alineado está cada uno de ellos con su bancada?
Para este estudio se dejaron afuera personas que renunciaron o fueron expulsadas de sus bancadas, como Gonzalo de la Carrera.
Luego de analizar todas las votaciones saltan dos tendencias a la vista. Si bien 78 diputados han votado en más de un 90% de las ocasiones de la misma forma que la mayoría de su bancada, existen 16 diputados que tienen menos de un 70% de alineamiento con ellas.
El top 10 de esos diputados “díscolos” viene de todos los rincones del espectro político.
El primer lugar se lo lleva Camila Flores (RN): el 23,27% de sus votos estuvo con la mayoría de su bancada. Le siguen Emilia Nuyado (PS; 39,91% de alineamiento), Jorge Durán (RN; 40,34%), Patricio Rosas (Ind. FA; 41,42%), Jorge Brito (RD; 49,88%), Paula Labra (Ind. RN; 52,09%), Jorge Alessandri (UDI; 56,35%), Joaquín Lavín (UDI; 58,81%), Mercedes Bulnes (Ind. FA; 60,93%) y Alejandro Bernales (PL; 63,12%).
Luego, el equipo de Unholster hizo otro análisis: ¿Qué pasó en los proyectos más importantes que se votaron durante el 2022, como fueron la PGU, infraestructura crítica, el quinto retiro de fondos de AFP, restablecer el voto obligatorio, el acuerdo constitucional y el sueldo mínimo?
Al cruzar los datos y filtrarlos por aquellas votaciones donde un diputado votó solitariamente contra su bancada, o acompañado de un solo compañero (1-2 votos por la misma opción), saltan a la vista varios ejemplos de “discolaje” en estas votaciones “importantes”.
Por ejemplo, Christian Matheson, diputado Evópoli por la Región de Magallanes, es por lejos el que más votó al revés de su bancada en estas votaciones de alto tonelaje. Se anotó seis veces como díscolo: sufragó a favor del quinto retiro, a favor de modificar la PGU y, en cuatro votaciones del acuerdo constitucional, fue el único en marcar distinto a su bancada.
En el listado, con tres votaciones díscolas cada uno, le siguen Marta González (Ind.-PPD), con sus tres sufragios en el acuerdo constitucional, y Jaime Araya (Ind.-PPD), con dos en el acuerdo constitucional y una en voto obligatorio.
En el caso específico del quinto retiro, tres diputados se inscribieron como díscolos: los Evópoli Christian Matheson y Hotuiti Teao sufragaron a favor, cuando toda su bancada votó en contra. Lo mismo que Helia Molina (PPD): fue la única de su bancada que estuvo en contra.
Cuando se propuso restablecer el voto obligatorio en diciembre, Pamela Jiles y René Alinco sufragaron en contra de toda su bancada, el Comité Ecologista Verde. No obstante, vale la pena aclarar que esa bancada fue la única que marcó en contra. La votación terminó 124 a favor y seis en contra.
Otro ejercicio interesante se desprende del análisis de Unholster: si se estudian todas las votaciones -no solo las “importantes”- en las que un diputado votó solo o con un compañero más en contra de su bancada, se genera otro ranking.
El listado lo lidera Christian Matheson, con 74 votaciones díscolas. Le siguen René Alinco, con 50; Hotuiti Teao, con 47; Francisco Undurraga (jefe de bancada de Evópoli), con 43; Andrés Jouannet, con 38; Gaspar Rivas, con 37; Miguel Ángel Calisto, con 33; Érika Olivera, con 30; Pamela Jiles, con 21, y Jorge Durán, con 18.
Si el análisis se lleva a las bancadas completas, la que más votaciones díscolas ha tenido es, por lejos, Evópoli: 164 veces algún diputado ha elegido votar en contra de casi todos sus compañeros. Le siguen el Comité Independientes, con 120 votaciones díscolas; el Comité Partido de la Gente e Independientes, con 100; el Comité Ecologista Verde e Independientes, con 87, y más atrás, el Comité Mixto Radical-Liberal-DC, con 42.
Antonio Díaz-Araujo, gerente general de Unholster, aporta otra lectura:
“Si analizamos las bancadas vemos que en la derecha hay más consistencia y menos díscolos en el Partido Republicano (92%), que en la UDI (85%) o RN (80%). En tanto, en el gobierno es muy parecido el nivel de consistencia entre el PS (88%) y el comité de Frente Amplio, Convergencia Social y Comunes (86%), pero menor al comité Comunista, FRVS e independiente (92%)”.
“Eso refleja -remata el ingeniero- que los comités de ambos extremos del espectro político, Partido Republicano y Comunista, parecen tener a sus parlamentarios más ordenados al momento de votar”.
El desmembramiento
El discolaje es un fenómeno que no es nuevo. Lo tiene que enfrentar en carne propia el ministro secretario general de la Presidencia (Segpres), encargado de entablar acuerdos entre las fuerzas oficialistas y las de oposición para sacar adelante la agenda legislativa del gobierno de turno.
El fenómeno, recuerda José Antonio Viera-Gallo, ministro Segpres durante casi todo el primer mandato de Michelle Bachelet, entre marzo del 2007 y marzo del 2010, comenzó con Marco Enríquez-Ominami, el díscolo por excelencia, cuando se descolgó de las fuerzas de la entonces Concertación. Antes de eso, las bancadas eran grandes y fuertes.
El panorama cambió con ME-O y su aliado Álvaro Escobar, también descolgado de la Concertación: “Para mí, como ministro, lo más difícil fue negociar el subsidio al Transantiago, porque parlamentarios que fueron de la Concertación votaron en contra. Esos fueron los primeros quiebres dentro de la Concertación”, recuerda Viera-Gallo.
Se tornó tan compleja la negociación en esos años, que el mismo ministro PS recuerda una escena: “Le pedí a la Presidenta Bachelet que llamara directamente a algún diputado, que no recuerdo su nombre, para negociar cuando yo ya había agotado todos los cartuchos”.
Pero Viera-Gallo también adjudica este cambio al fin del sistema binominal: “Con ese sistema pasaban dos cosas: primero, como se vota por la persona y no por la lista, el parlamentario se sentía dueño de su sitio parlamentario. Lo otro es que con el binominal era más difícil alternar, que se metieran independientes o terceras listas”.
Por ende, lo que empezó a pasar es que cuando el ministro Segpres va a negociar con una bancada, dice Viera-Gallo, ya no basta con sentarse con el jefe de bancada: tiene que gastar energía y trabajo yendo a negociar con cada uno de esos diputados que están desalineados.
Para la académica de la Escuela de Gobierno PUC Loreto Cox, el panorama en la Cámara es claro. “Efectivamente, hay un nivel de fragmentación enorme”. La causa de esto, según Cox, es multifactorial, pero comenzó con el cambio del sistema electoral.
“Hasta antes del cambio del sistema electoral teníamos en torno a siete u ocho partidos con representación en el Congreso. Hoy tenemos alrededor de 20. Y, además, son todos partidos muy débiles: entre todos ellos no identifican a más del 18 o 20% de la población -asevera-. Entonces es una multitud de partidos, todos muy débiles. Eso hace muy compleja la búsqueda de acuerdos en el Congreso”.
“En la Segpres sufríamos todo esto”, recuerda Cristián Monckeberg (RN). Entre julio del 2020 y enero del 2021 estuvo a la cabeza de ese ministerio. Y le tocó un Parlamento fragmentado. Esto lo critica el exministro.
“Las reglas del juego actuales le dan un incentivo a que haya díscolos. Primero, puedes formar una gran cantidad de partidos políticos y hay un incentivo para formarlos -dice Monckeberg-. Luego, el sistema electoral te facilita sobremanera a que lleguen al Congreso. Y una vez ahí, ser díscolo te sale gratis. Me explico: en Alemania, si te cambias de partido o renuncias a él, pierdes tu cargo y termina tu período. Acá no pasa eso”.
Monckeberg aporta otro dato. Los gobiernos, con este tipo de Parlamento atomizado, además de tener dispersas sus filas, se enfrentan con un problema paradójico.
“El gobierno está en el peor de los mundos, porque no tiene mayoría en el Congreso y con la oposición le pasa exactamente lo mismo. Porque la propia oposición, cuando quiere negociar, no tiene cómo negociar: no sabe lo que quiere o negocia mal. Eso me pasaba a mí: gastaba mucho tiempo negociando como jefe de bancada o presidente de partido, no solamente con el ministro Segpres siendo de oposición, sino que también con mis propios parlamentarios para que no se me arrancaran. Esto ha sido un desastre impresionante. Porque hay un incentivo a arrancarse, de hacerse el lindo, de aparecer en la foto”.
El desencanto
Para Loreto Cox, lo que genera esta fragmentación y consecuente falta de acuerdos es una sensación de entrampamiento entre la población.
“Solo fíjate, ¿cuántos gobiernos llevamos buscando una solución al problema de las pensiones, que es totalmente urgente? Y una cosa importante: esto genera desencanto de la población con la política. Empieza a detestar los partidos y, por consecuencia, la política”.
El sociólogo Alberto Mayol piensa de esta misma forma. Y entrega una lectura tajante. Dice que, en un proceso que viene de hace unos 15 años, la élite política no ha sabido responder a las necesidades de la población. Esto ha ido deformando y haciendo desaparecer el sistema y la élite política chilena.
“Entonces, como desaparece la élite política, todos empiezan a jugar por su cuenta. Porque no hay estructura. Ahora, en tres jugadas ya eres presidenciable. Están todos jugando a eso”.
Pero Mayol no lo considera discolaje. Lo define de otra forma.
“Uno dice ‘díscolos’ cuando los asocia a una estructura, pensando en años pasados. Pero esa estructura ya no existe -detalla el académico-. Y al no existir una, estamos en el imperio del lumpen. Esto no es discolaje: es lumpen político. Es la construcción del caos. Ellos critican que el 2019 hubo gente que rompió propiedad pública. Pero ellos hacen lo mismo: no rompen la propiedad visible, pero sí la inmaterial, que es el espacio público político. Empezaron a meter la farándula en la política, y no hacen nada. En el caso chileno se da de una forma muy patética”.
Para demostrar esto, Mayol muestra un gráfico que detalla, desde el año 2000 hasta la actualidad, la evolución de los 10 políticos más aprobados en la encuesta CEP: es una curva con descensos estrepitosos el año 2007 -Transantiago-, 2015 -Caval-, que termina bajando hacia números negativos desde el 2019 a la fecha.
“Esto es porque la clase política, cualquiera sea su signo político, aún no logra solucionar el malestar social. Y lo que está ganando ahora es la crítica a las élites políticas. Y si siguen jugando ese juego electoral de que ‘yo te gano ahora, y luego te lo echo en cara, y después tú me ganas y haces lo mismo’, van a sacrificar -o ya lo sacrificaron probablemente- gran parte del sistema político”.